
La ruleta de la fortuna
Estoy muy contento porque he acertado un panel de La ruleta de la fortuna… A diferencia de la versión española, la ruleta americana pesa más y gira menos. Esto hace que el ritmo sea más dinámico, ya que no tienes que esperar tres días a que la ruleta pare en algún sitio. El presentador es un señor rubio y mayor un poco siniestro, como cualquier señor rubio y mayor. Y la azafata le da la vuelta a cada casilla con una parsimonia admirable, como si le diera igual todo. Eso sí, no enfocan al público haciendo la ola ni cantando incoherencias ni por casualidad, por lo que el ambiente es un poco desangelado. Sobre todo si lo comparamos con el festivo público de la ruleta española gritando rimas consonantes como si se les fuera la vida en ello cada cinco minutos. Espérate que no haya público… ¡o que tengan maniquíes sentados en las gradas!
Lo que más me llama la atención es que los concursantes apenas demuestran entusiasmo cuando ganan un premio ni se tiran de los pelos cuando pierden turno. Ni siquiera se llevan las manos a la cabeza cuando caen en la quiebra, que es lo peor que te puede pasar. Como mucho murmuran un vaya por Dios, maldita sea mi estampa por lo bajini y mantienen la compostura como si nada, como si hubieran ido a disimular y no a ganar dinero. Muy aséptico todo. Casi que me alegré más yo de acertar el panel que la señora que ganó, no digo más.

El precio justo
Y en el otro extremo están los concursantes de El precio justo. Si los de la ruleta son todo contención, los de El precio justo son todo vehemencia. A diferencia de El precio justo de España, este es un programa diario que dan por las mañanas, más de andar por casa, con un montón de marujas y de marujos de público. Es perfecto para oír de fondo mientras haces otras cosas. Hasta que algún concursante acierta el precio justo de algo, claro. Es entonces cuando dejas de hacer lo que estuvieras haciendo y prestas atención a la tele, porque es para verlo. Se vuelven locos, literalmente. Aunque hayan ganado una sartén, da igual… ¡Han ido allí a jugar! Con todas las consecuencias.
Gritan, saltan, hiperventilan, abrazan a la azafata o azafato, besan el suelo, besan al presentador, besan a la azafata o azafato, ponen los ojos en blanco o dedican la sartén que acaban de ganar a todo hijo de vecino. O todo a la vez. Y sin dejar de saltar ni de gritar en ningún momento. He visto películas de exorcismos con menos acción. Hoy, sin ir más lejos, una señora hasta se ha santiguado por cuadruplicado mientras la cabeza le daba vueltas. No me acuerdo de lo que ha ganado, pero me he alegrado un montón.