
El astronauta y su esposa están en la cama, cada uno en un ladito, leyendo un libro. Bueno, dos, cada uno el suyo. Llevan tantos años juntos que ya se comunican por telepatía (una de esas habilidades que se desarrollan con el tiempo). En cambio, solo hacen el amor muy de vez en cuando; los martes en los que la luna se encuentra en cuarto menguante, concretamente:

«¿Quién me está rozando con esos témpanos de hielo?», se pregunta la mujer del astronauta. Asoma la nariz de dentro del agujero negro donde anda metida y mira a su alrededor.
«Hola».
«¡Coño! ¡Que hay un señor aquí metido!».
«Soy yo, tu marido».
«¿Pero tú no estabas en la luna?».
«En la estación espacial, amor mío. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? No siempre voy a la luna».
«Bueno, por ahí arriba».
«Hemos aterrizado esta mañana… Te quería dar una sorpresa».
«Hoy no gano para sustos. ¿Llevas mucho rato?».
«Unas dos horitas o así».
«¿Dos horas? ¡Pues ni me he enterado!».
«Es que me he deslizado entre las sábanas sigilosamente, para no molestar».
«Ya veo, ya. ¿Y qué vienes a buscar?».
«Pues a ti, ¡a quién va a ser!».
«Ya es tarde».
«¿Por qué?».
«¿Cómo que por qué? ¿No ves la hora que es?».
«La verdad es que no. En el espacio exterior el tiempo se expande, cariño. No va igual que aquí».
«Tú sabrás, que eres el astronauta. Duérmete ya».
«No puedo… Tengo jet lag».
«Lee un rato, anda. Ahora estoy muy cansada».
«¡Para cuatro días que paso en la Tierra!».
«¿Solo cuatro? Pues se me hacen larguitos, la verdad».
«Eso es porque el tiempo es relativo».
«¡Qué te costará ponerte unos calcetines, aunque sea! Te voy a regalar unos de borreguito para tu cumpleaños».
«Es el frío espacial, que cala que no veas. Se nos mete en los huesos y nos lo traemos a la Tierra. ¡No hay calcetines que valgan!».
«Pues no me toques, haz el favor».
«Es que te quiero mucho, amor mío».
«Y yo, y yo…».
«¿Lo dices en serio o en piloto automático?».
«Pega la vuelta y duérmete ya, anda. ¡Pesao!».
«¡Pero si es martes!».

Este es un trocito de “Pasión en alta mar”, un capítulo de mi primer libro cuya acción transcurre en dos escenarios completamente diferentes: por un lado en el espacio exterior, y por otro en un crucero que se está hundiendo inexorablemente porque resulta que ha chocado contra un iceberg. Y no hay botes salvavidas para todos. Y, para colmo, el multimillonario arquitecto y cirujano de famosas Aurelio Pomulosa ha aparecido muerto en su lujoso camarote. Con cara de susto y un cuchillo cebollero asomando por la espalda. Y hay tiburones dando vueltas alrededor del barco. Resumiendo: un despropósito de crucero.
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