Capítulo 34: Tú a Las Vegas y yo al BenidormFest


Prototipo del turista en Las Vegas
¡A gastar, a gastar!

Que a las puertas del casino te salude una elegante pareja de sesentones, con dólares asomando hasta por los sobacos, no deja de ser una declaración de intenciones en toda regla. Este lugar puede horripilar o fascinar (o las dos cosas a la vez), pero no se puede decir que deje indiferente ni que engañe a nadie; un minipunto a la transparencia y a su falta de prejuicios, claro que sí.

Voy a intentar comentar la excursión a Las Vegas sin utilizar el adjetivo «hortera» ni «decadente» ni «rata de dos patas» ni «ojalá me hubiera quedado en mi casa viendo el Benidorm Fest» ni una sola vez, aunque no garantizo nada porque eso es imposible.

La estatua de la Libertad de mentira
La prima de pichiglás de la estatua de la Libertad

Es difícil definir Las Vegas en pocas palabras. Se necesitan muchas para no dejarse nada. Diría que es una mezcla entre un tugurio gigante en medio del desierto, una cloaca prefabricada, un prostíbulo de una estrella y media (o un tenedor y medio o una teta y media o como sea que se califiquen los prostíbulos), un cementerio de elefantes, un parque temático de ludópatas y despedidas de soltero/a, un IKEA infecto y Rascapiquilandia. Todo lo que detesto de ciudades grandes como Madrid o Nueva York un fin de semana por la noche aquí lo encuentras amplificado y concentrado a cualquier hora y día de la semana; es como una pastilla de caldo de pollo y perversión, junto y revuelto.

Blade Runner

Te faltan ojos para poder apreciar tantos detalles y colorido en cada rincón: en columnas, paredes, techos, mármoles y plásticos. Hay gente borracha a las diez de la mañana y gente jugando a las máquinas tragaperras como si no hubiera un mañana, cual zombis borrachos y catatónicos, tanto a las diez de la mañana como a las diez de la noche. De noche esto es el inframundo. Los edificios iluminados con trillones de bombillas recuerdan a los de Blade Runner, solo que aquí cuando vuelves al hotel solo piensas en echar todos los pestillos que tenga la puerta y rezar para que en la habitación de al lado no tengan jarana. Eso en Blade Runner no pasa.

Tritón
Minimalismo ante todo

¿La salida, por favor?

Básicamente, aquí hay hoteles y casinos, la gran mayoría con solera. Y mucho barullo. En Las Vegas hay mucho de todo menos pasos de cebra, que no abundan. Si quieres cruzar la calle tienes que entrar en un hotel de tu acera y salir por otro de la acera de enfrente. Entrar en cualquiera de ellos es como asomarte a un mundo de luz y de color, como cuando Dorothy se estrella en Oz, abre la puerta y casi le da un ataque epiléptico de tanto color saturado. Al igual que ella, a la media hora tú también quieres arrancarte las corneas porque ya no puedes aguantar tanta luz ni tanto color. Por supuesto, nada pega con nada, que es lo divertido.

Si no has estado en Italia es muy práctico, porque lo mismo te encuentras con una réplica del David de Miguel Angel que te puedes asomar a los mismísimos canales de Venecia donde el gondolero te habla y te canta cuando tú solo quieres que se calle para siempre. Esto lo deduje por las caras de la gente que tenía el valor de montarse en un medio de transporte dirigido por un gondolero que seguramente no tenía carné homologado de gondolero ni nada.

Hasta luego, corazones
Hasta luego, corazones

La ciudad del pecado

En Las Vegas no puedes dar dos pasos sin que parejas y tríos de chicas en paños menores y mucho plumerío te asalten por la calle. No te preguntan la hora ni a qué te dedicas ni cómo se va al hotel donde actuaba Cher antes de que ellas nacieran, sino a ver si quieres hacerte una foto con ellas por un módico precio. A bocajarro (como la Hello Kitty o la Dora la exploradora de la Plaza Mayor, igual, pero con el culo al aire). Yo solo pensaba que ojalá por las noches se pusieran unas rebequitas o unos pantalones, que en el desierto por las noches refresca. Pues no; llegaba la noche y las pobres iban con el mismo no-atuendo (incluso con más plumas y menos tela si me apuras).

No hace falta decir que la foto de arriba la hice de lejos, con un zoom telescópico y mucho disimulo (si no tiro el dinero surcando aguas estancadas en góndola tampoco se lo doy a gente que no conozco de nada). La verdad es que te sientes un poco como un trocito de carne andante; tanto si llevas unos corazones de plumas en la espalda como si no. También pedían dinero un Mickey Mouse y una Minnie Mouse que parecía que se habían caído por las escaleras.

La torre Eiffel de mentira
La torre Eiffel de baratillo

Juntos y revueltos

A veces me da por decir que en EEUU hay mucha falsedad en general, pero eso lo decía antes de haber visitado Las Vegas, donde todo es de mentira ya por definición. Es tan de mentira que parece de verdad, de hecho. Cuando llevas un par de días ya te parece normal que la hierba esté enmoquetada o el techo pintado de azul, con nubes y todo. El soniquete de las máquinas tragaperras se convierte en una especie de hilo musical que ya ni oyes, y no te sorprende aparecer en diferentes partes del mundo con tan solo caminar un rato. Lo mismo estás delante de la estatua de la Libertad que detrás de la torre Eiffel o dentro de una pirámide junto a una señora que se da un aire a Cleopatra. Cleopatra en tetas, claro. Aquí toda la decoración tiene por lo menos un pecho fuera, y claro, no puedo evitar acordarme del Benidorm Fest, cuya final se celebra mañana y todavía no me he cabreado.

Si te sacas la foto en un ladito no tienes que hacer cola

Lo que sí me ha llamado la atención es que el archifamoso cartel que te da la bienvenida a Las Vegas sea tan pequeño (precisamente aquí, donde todo es gigante). Las Vegas es una ciudad turbia y avariciosa que huele a porro que tumba (más que Atlanta, que ya es decir) y que no deja de descolocar: a veces para bien y otras para mal, muy mal, fatal. Pero cuando es para bien es para muy bien también.

¡A todo chorro!

Lo de las danzarinas fuentes del Bellagio, por ejemplo, es simplemente sensacional (que una de las pocas cosas que se pueden hacer gratis sea también una de las más espectaculares es otro minipunto a favor). Estas fuentes tan bien sincronizadas te bailan una canción diferente cada quince minutos, y ya solo por verlas merece la pena venir… un rato.

¡A todo chorro!

En el próximo capítulo hablaré de la visita al Cañón del Colorado y de las ganas que me entraron de tirarme por el barranco cuando me enteré de qué canción había ganado el Benidorm Fest.


2 respuestas a “Capítulo 34: Tú a Las Vegas y yo al BenidormFest”

  1. Yo no he ido pero me muero de ganas por regodearme en esa decadencia norteamericanda, gastar unos $200 en la ruleta (con suerte ganar algo) y ponerme de martinis hasta q todo me parezca puro arte veneciano

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  2. Entonces el Venetian es tu hotel, con casinos, canales, esculturas y moda veneciana de ayer y hoy, ¡todo bajo el mismo techo! Y si apuestas dinero en las tragaperras una señorita muy amable te invita a copas gratis para que pierdas la noción del tiempo y la dignidad y no te vayas nunca. ¡Nunca!

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