
Atlanta es una de esas ciudades de Estados Unidos que mucho lirili y poco lerele. Y mira que nos dijeron: «¡No vayáis, que no merece la pena!». Y nosotros: «¿Con lo grande que es? Algo habrá».
Pues si lo hay, no lo hemos visto. Puede que sea porque después de Nashville y de Dollywood todo nos parecía poco, pero además del puente del que se puede hacer la foto de The Walking Dead y el museo de la Coca-Cola la verdad es que no hay gran cosa. Supongo que por eso la eligieron para ambientar una serie de zombis, claro (las series americanas no dan puntada sin hilo).
Coca-Cola
En el museo de la Coca-Cola te cuentan la milonga de que solo dos personas en el mundo conocen la famosa fórmula secreta, y que cada uno de ellos solo se sabe la mitad. Y que no se conocen entre ellos y que no pueden viajar juntos en el mismo avión, tal y como les pasaba a los actores de Sensación de vivir. Personalmente, me inquieta más la fórmula del Ceregumil que el de la Coca Cola, que hasta lentejas lleva. Al final de la visita te dan a probar diferentes brebajes que se supone que son productos de Coca-Cola que beben en distintas partes del mundo. Lo mejor que puedo decir es que sabían a Frenadol con cosas: Frenadol con arándanos, Frenadol con frambuesas, Frenadol con antipolillas, Frenadol con aguarrás… y así sucesivamente.
Posdata: Puede que me esté quedando corto.
The Walking Dead

Y bueno, ya que The Walking Dead está ambientada en un mundo posapocalíptico y que casualmente estamos viviendo un momento parecido, ¡qué mejor momento para visitar Atlanta y recrear el póster! Vale que la serie ya no es la que era y que a estas alturas me da un poco igual que los caminantes se den un festín con prácticamente cualquiera de los personajes que quedan, pero la sigo viendo por puro romanticismo. Anda que no he disfrutado con TWD, madre mía. Intenté hacer la foto lo más parecida posible, pero no había manera de que un lado estuviera lleno de coches (y un autobús) y el otro totalmente vacío. Tampoco pasó nadie con sombrero de sheriff montando a caballo, supongo que eso ya hubiera sido mucha casualidad.

Cuando hace un par de años fuimos a Washington D.C. a ver a Cher intenté recrear el póster de El Exorcista. A diferencia de en Atlanta, en Washington se pueden hacer un millón de cosas, como ir a ver a Cher.
Las fotos de El Exorcista aquí.
Cocina de rechupete
Y de propina, unos consejos de Maritere, nuestra youtuber septuagenaria favorita, sobre cómo sobrevivir en un mundo posapocalíptico… mientras cocinamos una porrusalda:
«(…) Una vez que estéis instalados cómodamente en vuestra infranqueable fortaleza pirenaica, o donde hayáis decidido ir a vivir, os aconsejo que si un día alguien llama a la puerta, ¡bajo ningún concepto se os ocurra abrir! Puede que parezca una perogrullada, pero hay que extremar las precauciones. Si sois de los que le abren a cualquiera sin mirar primero por la mirilla, siento deciros que no vais a durar mucho. Consideraos, desde ya, cadáveres andantes.
»Os preguntaréis: ¿qué hago si se ponen a aporrear incansablemente la puerta? ¿O si amenazan con tirarla abajo empujando con un tronco? Porque si en condiciones normales la gente es muy pesada, en un escenario posapocalíptico no os quiero ni contar.
»Lo primero que tenemos que hacer es comprobar que no estén infectados. Os preguntaréis: ¿cómo sé yo que el señor o señora que me aporrea la puerta no está infectado o infectada? Pues muy sencillo: podemos salir fácilmente de dudas atándolos a una silla un par de días o tres y estando atentos y atentas a ver si se producen cambios. Ya os enseñé en un vídeo anterior cómo hacer unos nudos marineros que ni Houdini los desataría. Y si, según pasan las horas, observáis un blanqueamiento de piel fuera de lo común o que se les inyectan los ojos en sangre o que ya no se les entiende al hablar… ¡No dudéis en pegarles un tiro! También les podéis clavar flechas. O una estaca. O un tenedor, lo que tengáis a mano. Pero apuntad siempre al cerebro, ¡no al pecho! Tened en cuenta que el susodicho o susodicha se habrá convertido en un zombi, no en un vampiro. Son dos técnicas distintas, nada tienen que ver la una con la otra.

La porrusalda huele de maravilla, y así se lo hace saber Maritere a su audiencia, que puede ser una persona o mil, puesto que no sabe dónde se mira eso.
»También les podéis reventar la cabeza con un palo, allá cada cual y sus manías. Pero, insisto, apuntad al lóbulo parietal, no todo el campo es orégano y en el fin del mundo no estaremos para perder el tiempo. Mejor que se encargue alguien con buena puntería, que hay gente con el pulso como para robar panderetas.
»Si algún miembro de la familia resulta mordido, habrá que proceder de la misma forma, incluso si os caía bien. Y si estamos hablando de vuestro cuñado no vale ensañarse. Recordad que ya no es vuestro cuñado nunca más, no os quejéis…
¡Ahora es un zombi!

»Si somos capaces de mantener la cabeza fría, nos ahorraremos muchos disgustos y las probabilidades de supervivencia serán infinitamente mayores. A riesgo de que me llaméis reiterativa, insisto; ¡nada de encariñarse con la gente! Por eso os decía al principio que hicierais la maleta con la cabeza y que no metierais el corazón; en un mundo posapocalíptico de poco nos sirve, lo único que hace es ocupar espacio. Esto vale para todo bicho viviente, sobre todo si son de pelo suave y carnes prietas…».
Fragmento extraído de El fin del mundo a cucharadas.
Una respuesta a “Capítulo 21: Re-Animator”
[…] todo es gigante). Las Vegas es una ciudad turbia y avariciosa que huele a porro que tumba (más que Atlanta, que ya es decir) y que no deja de descolocar: a veces para bien y otras para mal, muy mal, fatal. […]
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