
—¿Cuántas veces has visto Grease?
—Con esta… tres millones.
—¿Y no te aburres?
Respuesta corta: ¡Jamás!
Respuesta larga: Para nada.
Grease
No sabría decir si acabo de ver mi película favorita en la tele o trozos de mi película favorita pegados con esparadrapo. Vale que Grease no es una película infantil, pero madre del amor hermoso, ¡menuda escabechina! A saber: ni rastro de cuando Putzie mira debajo de la falda de una chica, ni de cuando Marty habla con Sandy acerca de sus tropecientos novios, ni de cuando los chicos enseñan sus posaderas en el concurso de baile, ni de cuando Rizzo y Kenickie practican sexo en el coche… Hasta una estrofa de una canción famosísima ha faltado. Y claro, luego cuando Rizzo se alegra tanto de no estar embarazada, tenemos que dar por hecho que se ha pasado media película preocupadilla por si se había quedado en estado por ciencia infusa o porque le han echado una aspirina en la cocacola.
Freddy Krueger
Lo más curioso es que este mismo canal te emite un maratón con todas las partes de Pesadilla en Elm Street, empezando a las diez de la mañana y acabando vete tú a saber cuándo, donde no se escatima precisamente en higadillos que, seguramente, te coincidan a la hora de comer. Y mira que a mí las películas de Freddy me parecen todas divertidísimas, sobre todo la cuarta y la quinta (aunque mis favoritas son la primera y la tercera, como las de casi todo el mundo). Así es la famosa doble moral americana: puedes desayunar viendo cómo a Johnny Depp se lo traga la cama (y después lo regurgita convertido en un volcán de tripas), pero nada de ver a la pizpireta Rizzo lamer un inocente cucurucho de nata.

Samantha Jones
Pero el puritanismo en los canales de cable americanos no solo se ceba con las películas musicales, ¡también con las series! Hace poco vi un capítulo de Sexo en Nueva York en el que, cada vez que Samantha abría la boca, parecía que iba a explotar la tele. Qué tensión, madre mía. Normal que la pobre saliera poquísimo (si nunca la has visto antes, pensarías que la serie va de tan solo tres amigas que hablan de todo menos de sexo mientras almuerzan juntas y no demasiado revueltas). Pero es que, si en vez de cortar escenas pusieran pitidos en los diálogos, más que Sexo en Nueva York aquello parecería un atasco en hora punta en Nueva York, no sé lo que es peor.

Las fotos son de una fiesta de cumpleaños con el que tuvieron a bien sorprenderme y donde, afortunadamente, la tarta corrió mejor suerte que el cucurucho de Rizzo. Fue obra de unos amigos que cuentan con tantos cachivaches en casa que yo no sé si tienen una cocina o un Quimicefa, pero hacen maravillas. Además de ser la tarta más preciosa, automática e hidromática del mundo, estaba deliciosa. Sin censura (y con bien de calorías) todo sabe mejor.
6 respuestas a “Capítulo 5: Tartas y cucuruchos de vaselina”
Me encanta «Grease». Desde niña, ha sido una de mis películas favoritas, y eso que no me gustan los musicales, pero a éste, se lo perdono. Le transmití -sin querer- ese buen gusto a mi hija, que ha visto la peli varias veces. La tarta es genial.
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La tarta era una obra de arte, madre mía. Y la peli también, aunque aquí se empeñen a emitirla troceada como si fuera chóped.
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[…] he saltado ni un solo año. Da igual que llueva, que haya una pandemia mundial o que estén dando Grease por la tele, yo salgo a cazar calabazas. Las hay de todo tipo, como en botica: grandes, pequeñas, […]
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[…] las puntas y nunca salieron: unas de cháchara con los rulos en la cabeza (como en esa escena de Grease donde a Frenchy se le aparece un ángel y el cielo es una gran peluquería celestial dentro de una […]
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[…] con las ruedas gigantes pero también otros más modestos e incluso destartalados, como el coche de Grease antes de que lo arreglen. Y está permitido girar a la derecha aunque el semáforo esté en […]
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[…] Grease Lightnin‘ viene de aquí […]
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